15/4/09

La Mujer del Flujo de Sangre

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“Pero una mujer que desde hacía doce años padecía de flujo de sangre,…” (Marcos 5:25 – 34)

Entre las enfermedades de la mujer con mas consultas al ginecólogo se deben al flujo de sangre, sea escaso o abundante y según la cantidad o ausencia de este es como la medicina denominará la enfermedad.
Refiriéndome al pasaje bíblico, bien podríamos decir que la enfermedad de esta mujer se trataba de una “metrorragia crónica”, porque era continua y la padecía mas de una década.
Cómo mujeres entendemos perfectamente lo que esta mujer podía estar pasando.
En cuanto a su organismo, una continua hemorragia de sangre sin duda le llevaría a la debilidad y probablemente a una anemia aguda, le veríamos con un rostro pálido quizás y un estado de ánimo decadente frente a un diagnóstico sin solución, pues habiendo invertido todo su dinero en médicos y medicina la dejaron en una completa miseria.
Que diremos de su angustia silenciosa frente al peso de la ley a cuestas sobre su espalda, que la hacia inmunda o impura y la excluía de la mayor parte de las relaciones entre la sociedad Judía (Levítico 15.25–27). Sin embargo, la mujer conociendo su miserable condición, estaba dispuesta a arriesgarlo todo.
Vemos aquí una mujer invadida por una debilidad física, de la cual brotaba una resolución de fe admirable, sencilla y genuina que no le importaba sufrir aquel castigo que merecía por haber contaminado a todos los que pasaron por su lado, ni tampoco los recursos que necesitaría para ofrecer la ofrenda establecida por la ley cuando fuere sana…
¡El flujo de su sangre seria la evidencia más clara de un crimen de fe!

Ella estaba completamente segura que Jesús la sanaría, pero era un gran riesgo; tocar un hombre y en esas condiciones sería condenarse a lo extremo. Por eso dijo con todo su corazón: «Sí tocare tan solamente su manto, seré salva» (Mr. Vers. 28), es decir, salva de condenación y sana de su enfermedad.
Su fe puesta en acción permitió que al momento de tocar “solo el manto” de Jesús fuera inmediatamente sana, como respuesta a una fe verdadera.
Me pregunto: ¿qué habría pasado si la mujer con esa fe hubiese tocado “el cuerpo” también?
¡Realmente me inspira tener la fe de esta mujer para ver en mi vida mayormente la Gloria de mi Dios!

Jesús ahora pregunta quién le ha tocado, ella temblando e invadida por el miedo se postra ante Él, admitiendo delante de todos su culpabilidad y el gran milagro que acababa de suceder en su vida.
La intención de Jesús nunca fue avergonzarla ante las miradas juzgadoras, ni mucho menos condenarla por su osadía, sino tenia el propósito que ella diera a conocer públicamente su fe.
Vemos una vez más a Jesús libertando y dignificando a la mujer de su época haciéndola merecedora de su gracia por medio de la fe, donde el egoísmo y la tradición de la cultura, la colocaban al estándar de un objeto.

Conclusión:
Los problemas y enfermedades siempre existirán en esta vida y si buscamos la mejor forma de confrontarlos, será mediante la fe que tengamos en Jesús, si nuestra fe es persistente y osada como la de esta mujer, de seguro tendremos resultados asombrosos.
No permitas que tu fe sea amenguada por las circunstancias que te rodean; los conflictos, la enfermedad, los miedos, la falta de recursos, el desaliento, etc… Porque mayor es Jesús que todo aquello que nos somete a esclavitud.
Deja que fluya el poder de Cristo sobre tus heridas y sane tu enfermedad…solo acuérdate de testificar lo grande que hizo y hará en ti.
El vino para que tengamos la oportunidad no tan solo de tocar el borde de su manto, sino rendirnos a sus brazos que fueron extendidos en la cruz para abrazarnos con su amor incondicional y hacernos dignas, para reflejar su gloria en nosotras.

Pra. Mónica Polanco

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